¿Conocéis la serie Revenge? Me tiene fascinado. Es un culebrón
ambientado en The Hamptons, lugar donde me gustaría retirarme una larga
temporada. La protagonista es una buena perversa y su enemiga es una mala malísima
con remordimientos. Las dos tienen mucho estilo y visten haute couture
nada más levantarse. Son memorables sus encontronazos dialecticos. Hay mucho mas pero creo que deberiais comprobarlo por vosotros mismos. No soy fan del Spoiler.
Los
personajes principales femeninos, de dicha serie, son mi debilidad, son auténticas, les toca un
pie los daños colaterales, mienten de una forma escandalosa y, lo más raro,
casi nunca las pillan. Raras veces los embustes les estallan en la cara; pero
si ello ocurre, las dos ponen cara de dignas, se colocan en modo ataque y
sueltan una frase hiriente, sin insultos, pero cargada de mala uva y
dilapidadora, para luego levantarse de una forma elegantísima y salir contoneandose. Eso hace que me
ponga a aplaudir del tal forma que me suelo hacer daño en las palmas.
Como diría un amigo hermoso: son malas de titular. Esta
definición me apasiona.
El altísimo tuvo un plan para mí: la verdad; te cueste lo que te
cueste. Si miento, me pillan. Así de claro. No puedo ni siquiera mantener el
embuste, me pongo rojo, no puedo mirar a los ojos. Y luego está el sudor en las
manos. Eso me espanta: desperdiciar mi fabulosa hand cream de
L’Occitane. De vez en cuando, en mi vida se han dado situaciones en las que o he
mentido un poquitín o he metido la pata y cuando me descubren, a mi mente le gustaría
ser un poco Grayson y malo de titular, ya que imaginación no me falta. Pero mi
corazón me impide hacerlo, pido perdón y enmiendo lo dicho erróneamente.
He experimentado dos vivencias, por decir un múmero,en las que creo que me hubiera
comportado un poco a lo Victoria Grayson, no hubiera pasado nada. De hecho, me
hubiera reído mucho después. Dichas situaciones las tengo muy presentes en mi
retina. Os la voy a relatar y vosotros me diréis vuestra opinión.
Hace tres años me volvía loco dejar de un trabajo que me mataba y
me ahogaba de una forma brutal. Necesitaba cambiar de trabajo sí o sí. La sensación
de que el aire apenas entraba en mis pulmones se instalaba cuando entraba a
trabajar. Infojobs era mi ventana hacia mi cambio, solía consultarlo mil veces.
Entonces un día, sin esperarlo, me llamaron de una tienda de lámparas para
hacer una entrevista. Era una de las mil ofertas en las que había depositado mi
curriculum. Antes de citarme, me preguntaron qué nivel de inglés tenía y, sin
pestañear, les contesté que medio y mi nivel era nulo. Mentí porque pensaba que
cuando vieran mis dotes de venta, el inglés quedaría en un segundo plano. Soy muy
buen comercial y no es altanería.
Cuando llegué a la entrevista me quedé ojiplático. La nave estaba
llena de lámparas feas, espantosas y, también, de trabajadores vestidos como
camareros. Al entrar me guiaron, pasando por al lado de una lámpara de
dimensiones triásicas. ¿Querrían intimidarme?
Mi interlocutor era un hombre bajito que me causaba risa e iba
vestido como un dependiente de un gran almacén en liquidación por cierre.
Nada más presentarnos me dijo que la entrevista la haríamos en
inglés para comprobar mi nivel. Mi preciosa hand cream desapareció en
segundos, gracias al desproporcionado sudor que apareció de repente. Mis ojos
se abrieron de una forma tan sobresaliente que parecían inducidos por alguna
sustancia colombiana. Solo pude articular una frase: «me he bloqueado».
Ahí es cuando Victoria Grayson tendría que haberme poseído para
levantarme en escorzo, mirarle a los ojos y decirle: «¿no te parece pretencioso
pedirme que hable en inglés para vender estas lámparas propias de un burdel de
extrarradio?». Y luego salir contoneándome con pluma; no sé por qué, pero salir
así da más caché.
Pero como os he dicho, me quedé bloqueado, no pude hablar más. Me
levanté con la cabeza gacha y me fui por donde había venido. Esa fue la
realidad y maldecí la mentira que le eché.
Seguimos con el universo entrevistas de trabajo. Esta fue hace
siete años y os recuerdo que hace siete años yo era delgado y muy arrogante. Ese
tipo de arrogancia que da el pesar 70 kilos y que todo, todo te quede bien. También
estaba en paro, muy poco tiempo por cierto. Estar en paro es una situación dramática
y si le sumas mi hiperactividad pues es trágico.
Pues a lo que iba, mi vida era un no parar de echar curriculums y
tocar puertas. Un dia me llamaron para hacer una entrevista de trabajo para una
joyería de un centro comercial. Accedí encantado. Me encanta el mundo
complementos y el poderío de las joyas, como buen vegabajero.
La
entrevista iba genial, ya que controlaba mucho todos los puntos, la buena
química era palpable, estuvimos hablando de tendencias, corrientes y demás
temas relacionados con el mundo orfebre. Me dijo que si era el seleccionado,
tendría que ir a Barcelona a gastos pagados para formarme. Vamos, que estaba
cantando, ese puesto era mío. Cada vez que sacaba algún tema, le contestaba de
una forma correcta y apropiada, ya que mi interlocutor se sentía a gusto y yo
lo notaba.
Antes de terminar me preguntó qué artículos me veía vendiendo en la
joyería. Pregunta trampa. Yo le dije que todo; todo menos los anillos con la
cara de indio y la cabeza de caballo, ya que me parecían muy de polígono de las
afueras de ciudad de segunda. Dicha frase le cambió el rostro, pero no la
sonrisa. Raro, ¿verdad? Me dijo que esos son los productos estrella y los más
vendidos, y acabó diciendo: « ¡Benditos polígonos de las afueras de ciudad de
segunda!».
Victoria Grayson, en esa situación, me hubiera dicho que me
quitara las gafas de vista, con cierto aire elegante, para decirle: «querido,
le agradezco francamente que me haya dado ese dato. Creo que nuestra relación
laboral habría sido nefasta. Detesto su producto de una forma bárbara!». Y una
vez dicho esto, me hubiera colocado las gafas al estilo mala de Hollywood.
Pero no ocurrió así, ya que me puse rojo como un tomate y sentí
que la humildad me daba un bofetón con ruido.
Ser malo de titular mola; mola mucho. Pero a los que tenemos la
vocecita gritona en el interior nos cuesta, esa vocecita llega a ser bastante
gritona. Pero al hacerle caso la tranquilidad se apodera de ti. Nuestra conciencia
aparte de decirme que nanay de mentiras me dice que no sea altivo ni soberbio ya
que la soberbia no llena tu cuenta bancaria, por poner un ejemplo.
Pero como os decía, al principio no puedo mentir porque me
pillan. Aunque me vea en la necesidad de rectificar una frase, no puedo mentir
porque no me siento bien.
Me doy cuenta de que vivimos en una sociedad donde se miente muchísimo
de una forma piadosa en primera persona, pero no soportamos la mentira del
oponente. Para decirlo más claro, mentimos pero no soportamos que nos mientan, esto
me gusta recalcarlo. También digo que la sinceridad a costa de todo tampoco. Recuerdo una vez que a una amiga me pidió consejo sobre cómo le quedaba cierto
vestido, mi respuesta fue: “Ideal, ahora pierde 4 kilos que te quedara mejor”. Esa
amiga no me habla ni me mira a la cara desde entonces.
Después de escribir esto podría resumir todo en una frase: Haz lo
que te gustaría que te hicieran a ti. Si piensas mentir, mira si te gusta que
te mientan. Si vas a humillar a alguien pregúntate si te gustaría ser
humillado. Y así podría estar toda una semana, pero creo seguire viendo
Revenge. Porque no me veo delante de la tele viendo a la princesa Sofía o 13tv, por
mucho que me gusten los valores humanos y religiosos.
¿dónde está aquí el botón de los aplausos? es una gozada leerte y con esta entrada me he sentido taaaan identificada. No dejes nunca de escribir!
ResponderEliminarYo también fui adicto a esa serie, culebrón “American Soap Opera” pero interminable con sus muchas temporadas y final cutre.
ResponderEliminarThe moral of this story is that it’s imperative for you to improve your proficiency in the English language.