martes, 10 de marzo de 2015

Dignidad



¿Conocéis la serie Revenge? Me tiene fascinado. Es un culebrón ambientado en The Hamptons, lugar donde me gustaría retirarme una larga temporada. La protagonista es una buena perversa y su enemiga es una mala malísima con remordimientos. Las dos tienen mucho estilo y visten haute couture nada más levantarse. Son memorables sus encontronazos dialecticos. Hay mucho mas pero creo que deberiais comprobarlo por vosotros mismos. No soy fan del Spoiler.

 Los personajes principales femeninos, de dicha serie,  son mi debilidad, son auténticas, les toca un pie los daños colaterales, mienten de una forma escandalosa y, lo más raro, casi nunca las pillan. Raras veces los embustes les estallan en la cara; pero si ello ocurre, las dos ponen cara de dignas, se colocan en modo ataque y sueltan una frase hiriente, sin insultos, pero cargada de mala uva y dilapidadora, para luego levantarse de una forma elegantísima y salir contoneandose. Eso hace que me ponga a aplaudir del tal forma que me suelo hacer daño en las palmas.

Como diría un amigo hermoso: son malas de titular. Esta definición me apasiona.

El altísimo tuvo un plan para mí: la verdad; te cueste lo que te cueste. Si miento, me pillan. Así de claro. No puedo ni siquiera mantener el embuste, me pongo rojo, no puedo mirar a los ojos. Y luego está el sudor en las manos. Eso me espanta: desperdiciar mi fabulosa hand cream de L’Occitane. De vez en cuando, en mi vida se han dado situaciones en las que o he mentido un poquitín o he metido la pata y cuando me descubren, a mi mente le gustaría ser un poco Grayson y malo de titular, ya que imaginación no me falta. Pero mi corazón me impide hacerlo, pido perdón y enmiendo lo dicho erróneamente.

He experimentado dos vivencias, por decir un múmero,en las que creo que me hubiera comportado un poco a lo Victoria Grayson, no hubiera pasado nada. De hecho, me hubiera reído mucho después. Dichas situaciones las tengo muy presentes en mi retina. Os la voy a relatar y vosotros me diréis vuestra opinión.

Hace tres años me volvía loco dejar de un trabajo que me mataba y me ahogaba de una forma brutal. Necesitaba cambiar de trabajo sí o sí. La sensación de que el aire apenas entraba en mis pulmones se instalaba cuando entraba a trabajar. Infojobs era mi ventana hacia mi cambio, solía consultarlo mil veces. Entonces un día, sin esperarlo, me llamaron de una tienda de lámparas para hacer una entrevista. Era una de las mil ofertas en las que había depositado mi curriculum. Antes de citarme, me preguntaron qué nivel de inglés tenía y, sin pestañear, les contesté que medio y mi nivel era nulo. Mentí porque pensaba que cuando vieran mis dotes de venta, el inglés quedaría en un segundo plano. Soy muy buen comercial y no es altanería.

Cuando llegué a la entrevista me quedé ojiplático. La nave estaba llena de lámparas feas, espantosas y, también, de trabajadores vestidos como camareros. Al entrar me guiaron, pasando por al lado de una lámpara de dimensiones triásicas. ¿Querrían intimidarme?

Mi interlocutor era un hombre bajito que me causaba risa e iba vestido como un dependiente de un gran almacén en liquidación por cierre.

Nada más presentarnos me dijo que la entrevista la haríamos en inglés para comprobar mi nivel. Mi preciosa hand cream desapareció en segundos, gracias al desproporcionado sudor que apareció de repente. Mis ojos se abrieron de una forma tan sobresaliente que parecían inducidos por alguna sustancia colombiana. Solo pude articular una frase: «me he bloqueado».

Ahí es cuando Victoria Grayson tendría que haberme poseído para levantarme en escorzo, mirarle a los ojos y decirle: «¿no te parece pretencioso pedirme que hable en inglés para vender estas lámparas propias de un burdel de extrarradio?». Y luego salir contoneándome con pluma; no sé por qué, pero salir así da más caché.

Pero como os he dicho, me quedé bloqueado, no pude hablar más. Me levanté con la cabeza gacha y me fui por donde había venido. Esa fue la realidad y maldecí la mentira que le eché.

Seguimos con el universo entrevistas de trabajo. Esta fue hace siete años y os recuerdo que hace siete años yo era delgado y muy arrogante. Ese tipo de arrogancia que da el pesar 70 kilos y que todo, todo te quede bien. También estaba en paro, muy poco tiempo por cierto. Estar en paro es una situación dramática y si le sumas mi hiperactividad pues es trágico.

Pues a lo que iba, mi vida era un no parar de echar curriculums y tocar puertas. Un dia me llamaron para hacer una entrevista de trabajo para una joyería de un centro comercial. Accedí encantado. Me encanta el mundo complementos y el poderío de las joyas, como buen vegabajero

La entrevista iba genial, ya que controlaba mucho todos los puntos, la buena química era palpable, estuvimos hablando de tendencias, corrientes y demás temas relacionados con el mundo orfebre. Me dijo que si era el seleccionado, tendría que ir a Barcelona a gastos pagados para formarme. Vamos, que estaba cantando, ese puesto era mío. Cada vez que sacaba algún tema, le contestaba de una forma correcta y apropiada, ya que mi interlocutor se sentía a gusto y yo lo notaba.

 Antes de terminar me preguntó qué artículos me veía vendiendo en la joyería. Pregunta trampa. Yo le dije que todo; todo menos los anillos con la cara de indio y la cabeza de caballo, ya que me parecían muy de polígono de las afueras de ciudad de segunda. Dicha frase le cambió el rostro, pero no la sonrisa. Raro, ¿verdad? Me dijo que esos son los productos estrella y los más vendidos, y acabó diciendo: « ¡Benditos polígonos de las afueras de ciudad de segunda!».

Victoria Grayson, en esa situación, me hubiera dicho que me quitara las gafas de vista, con cierto aire elegante, para decirle: «querido, le agradezco francamente que me haya dado ese dato. Creo que nuestra relación laboral habría sido nefasta. Detesto su producto de una forma bárbara!». Y una vez dicho esto, me hubiera colocado las gafas al estilo mala de Hollywood.

Pero no ocurrió así, ya que me puse rojo como un tomate y sentí que la humildad me daba un bofetón con ruido.

Ser malo de titular mola; mola mucho. Pero a los que tenemos la vocecita gritona en el interior nos cuesta, esa vocecita llega a ser bastante gritona. Pero al hacerle caso la tranquilidad se apodera de ti. Nuestra conciencia aparte de decirme que nanay de mentiras me dice que no sea altivo ni soberbio ya que la soberbia no llena tu cuenta bancaria, por poner un ejemplo.

Pero como os decía, al principio no puedo mentir porque me pillan. Aunque me vea en la necesidad de rectificar una frase, no puedo mentir porque no me siento bien.

Me doy cuenta de que vivimos en una sociedad donde se miente muchísimo de una forma piadosa en primera persona, pero no soportamos la mentira del oponente. Para decirlo más claro, mentimos pero no soportamos que nos mientan, esto me gusta recalcarlo. También digo que la sinceridad a costa de todo tampoco. Recuerdo una vez que a una amiga me pidió consejo sobre cómo le quedaba cierto vestido, mi respuesta fue: “Ideal, ahora pierde 4 kilos que te quedara mejor”. Esa amiga no me habla ni me mira a la cara desde entonces.

Después de escribir esto podría resumir todo en una frase: Haz lo que te gustaría que te hicieran a ti. Si piensas mentir, mira si te gusta que te mientan. Si vas a humillar a alguien pregúntate si te gustaría ser humillado. Y así podría estar toda una semana, pero creo seguire viendo Revenge. Porque no me veo delante de la tele viendo a la princesa Sofía o 13tv, por mucho que me gusten los valores humanos y religiosos. 







2 comentarios:

  1. ¿dónde está aquí el botón de los aplausos? es una gozada leerte y con esta entrada me he sentido taaaan identificada. No dejes nunca de escribir!

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  2. Yo también fui adicto a esa serie, culebrón “American Soap Opera” pero interminable con sus muchas temporadas y final cutre.
    The moral of this story is that it’s imperative for you to improve your proficiency in the English language.

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