domingo, 14 de diciembre de 2014

It was perfect


Recientemente, he sumado una obsesión más a mi lista: ver escenas de películas una y otra vez; estar atento por si se me escapa algún detalle, diálogo, vestuario... Llega a ser enfermizo.

La última escena de Cisne Negro me tiene hechizado ahora. Me puedo pasar una hora entera viéndola en bucle. El instante en que la protagonista Nina bate los brazos cual alas despidiéndose de su madre y del publico, hace que se me salten las lágrimas cada vez que lo veo; y os digo que son muchas veces. Es un final precioso, dramático y elegantísimo. Ella es  consciente de su "adiós mundo cruel" particular; y todo el que ve el film. Una forma exquisita de morir. La última frase que esboza antes de que se le nuble la vista es: “It was perfect”. Creo que no habrá mejor frase.

Me apetece hablar de ese momento, que a veces es rápido, otras doloroso y en algunas ocasiones, “perfect”. El término se aplica cuando aparece la tragedia, el romanticismo y la belleza. Cuando se dan las circunstancias para que surja ese momento, es como si se parara el tiempo y lo cotidiano dejara de existir para solo permanecer dicho instante.  

En la zona donde vivo todo se sabe, aunque vivas lejos, y hay muchas historias de todo tipo de decesos que pasan de boca a oreja y, por supuesto, relatos  dignos de recodar. Momentos “perfect”.

En la Vega baja hay una cultura de la muerte y, más concretamente, de los funerales, que a veces se confunde con la manchega, pero aquí es más especial y a veces más pintoresca. Sería interesante ahondar en este tema, pero hoy os relataré unas historias de muertes muy “perfect”, finales dignos de recodar por su grandiosidad. Una forma diferente de dejar el mundo de los vivos. Son relatos verídicos y emocionantes que podrían ser perfectamente guiones de superproducciones europeas de cine.

Primer relato. Hace unos años de este suceso, pero yo lo tengo muy presente. Ocurrió un sábado de octubre durante la verbena del pueblo. Sucedería alrededor las 23:00 horas. la carpa de las fiestas estaba muy concurrida y sonaba una canción de música lenta (una pena que se haya pasado de moda bailar juntos; es tan precioso). De repente, un hombre cayó muerto en brazos de su mujer; le había dado un infarto fulminante. El matrimonio en cuestión era muy conocido, ya que regentaba un supermercado. Lo más sorprendente de todo es que él era una persona discretísima, nada alborotador y se fue de una forma rápida y a la vista de todos y todas. 

Es muy trágico, pero también de una belleza que me hace temblar: morir bailando junto a tu ser querido; que lo último que veas es a quien decidió compartir su vida contigo. Es un momento “perfect” en toda regla. Os podéis imaginar lo que dio de sí, la familia destrozada y todo el mundo sin otra cosa de que hablar. 

"Las adulteras" y "ligeras" de la comarca respiraron tranquilas y disfrutaron de una larga tregua de tres semanas, lo que suele durar un notición así, más menos.

Segundo relato. Este es más breve, pero no menos impactante y romántico. Un matrimonio de toda la vida, de esos que lo hacían todo juntos. Siempre que me los cruzaba iban de la mano. Cayeron enfermos casi a la vez y, a la hora de morirse, lo hicieron en un margen de 7 horas, más o menos. 

Estas historias me hacen creer que existen las almas gemelas, que cuando la encuentras, ya no te separas de ella.

 No se quién de los dos murió antes, pero estoy seguro de que su alma esperó junto al agónico cuerpo del otro para marcharse  a la otra vida.

 El momento “perfect” sería el reencuentro de las dos almas y que Jennifer Love Hewitt no estuviera cerca. Este tipo de historias dejan un poso de felicidad, le restan importancia a lo que esté ocurriendo ese día. El ejemplo es que en mi pueblo, durante otra una semana y media, "las frescas" pudieron ir al mercado en hora punta sin ser señaladas por las Florensias (hermanas solteronas, cotillas  y con pelo jaula que viven en el callejón que va hacia la iglesia).

Estas son algunas historias que tardarán en olvidarse por su componente dramático y el toque romántico del siglo XIX que tanto gusta. Pero no quisiera olvidar otra historia que no tiene nada que ver con lo antes citado, ya que el tránsito fue más común, pero su sepelio y funeral dio que mucho de qué hablar, tanto que salió hasta en la prensa local. Esto es verídico.

Tercer relato. Una mujer que por problemas de salud estuvo en su casa más tiempo del que hubiera deseado, ya que padecía obesidad mórbida. Su fallecimiento fue en el hospital. Pero la bomba estalló cuando leyeron su testamento. Dejó escrito que  quería ser transportada en carro de caballos y con una banda de música. Ahí es nada. “Perfect” post mórten, pero supermomentazo.

 La banda de música no pasó el filtro de la familia,  pero el coche de caballos tuvo la aprobación. Todo el mundo salió a la calle para ver el espectáculo, parecía el cortejo fúnebre de doña María la Brava (madre del rey saliente). Se hicieron corrillos en todas las salas de espera para tratar de explicar dicha decisión. Estuvieron cerca de un mes hablando sin parar de aquella rocambolesca y respetable decisión. 

Yo lo vi desde el primer momento: una mujer que vivía encerrada quería salir haciendo lo que le diera la gana, sin importarle un pimiento lo que pensaran. ¿Acaso no tenemos derecho a tener nuestra última voluntad? "Las casquivanas" fueron felices más de un mes, no tuvieron que soportar las vueltas de cabeza porque el regio sepelio hizo olvidar sus debilidades placenteras.

Salvo algunos elegidos que puedan viajar a Suiza, nadie es conocedor del momento en que partes a otra dimensión. A veces me vienen a la cabeza preguntas existenciales de cómo afrontaré ese paso, quién irá a mi sepelio y cosas por el estilo.

 De la última cuestión me gustaría visualizar quién está y quién no en el duelo, y haría una lista de afligidos de verdad y de mentira y, por supuesto, de  bien vestidos y de zarrios. No puedo dejar de ser yo ni en la forma etérea.

Todo esto me hace pensar que  tenemos la convicción de dejar algún legado para ser recordados durante el resto de la historia de cualquier modo, o por lo menos intentarlo. Me pregunto si alguien se acordará de mí pasados veinte años de mi muerte. La respuesta es: ni las palomas de Lille (Francia).

Hay una canción de Antony and the Johnsons que tiene uno de los mejores finales. Así deberíamos morir todos, como el final de las canciones bonitas, con el placer de saber que todo ha sido maravilloso. Y que se vaya terminando poco a poco. 




1 comentario:

  1. Todos hemos fantaseado alguna vez con nuestra muerte y tenemos miedo de acabar descubiertos por las avalancha de palomas y no porque alguien nos haya echado de menos. Yo quiero que me incineren y me esparzan un día de viento, y que si tengo que rendir cuentas el día del juicio final, necesiten un ejército para encontrar cada una de mis cachitos.

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