domingo, 14 de diciembre de 2014

It was perfect


Recientemente, he sumado una obsesión más a mi lista: ver escenas de películas una y otra vez; estar atento por si se me escapa algún detalle, diálogo, vestuario... Llega a ser enfermizo.

La última escena de Cisne Negro me tiene hechizado ahora. Me puedo pasar una hora entera viéndola en bucle. El instante en que la protagonista Nina bate los brazos cual alas despidiéndose de su madre y del publico, hace que se me salten las lágrimas cada vez que lo veo; y os digo que son muchas veces. Es un final precioso, dramático y elegantísimo. Ella es  consciente de su "adiós mundo cruel" particular; y todo el que ve el film. Una forma exquisita de morir. La última frase que esboza antes de que se le nuble la vista es: “It was perfect”. Creo que no habrá mejor frase.

Me apetece hablar de ese momento, que a veces es rápido, otras doloroso y en algunas ocasiones, “perfect”. El término se aplica cuando aparece la tragedia, el romanticismo y la belleza. Cuando se dan las circunstancias para que surja ese momento, es como si se parara el tiempo y lo cotidiano dejara de existir para solo permanecer dicho instante.  

En la zona donde vivo todo se sabe, aunque vivas lejos, y hay muchas historias de todo tipo de decesos que pasan de boca a oreja y, por supuesto, relatos  dignos de recodar. Momentos “perfect”.

En la Vega baja hay una cultura de la muerte y, más concretamente, de los funerales, que a veces se confunde con la manchega, pero aquí es más especial y a veces más pintoresca. Sería interesante ahondar en este tema, pero hoy os relataré unas historias de muertes muy “perfect”, finales dignos de recodar por su grandiosidad. Una forma diferente de dejar el mundo de los vivos. Son relatos verídicos y emocionantes que podrían ser perfectamente guiones de superproducciones europeas de cine.

Primer relato. Hace unos años de este suceso, pero yo lo tengo muy presente. Ocurrió un sábado de octubre durante la verbena del pueblo. Sucedería alrededor las 23:00 horas. la carpa de las fiestas estaba muy concurrida y sonaba una canción de música lenta (una pena que se haya pasado de moda bailar juntos; es tan precioso). De repente, un hombre cayó muerto en brazos de su mujer; le había dado un infarto fulminante. El matrimonio en cuestión era muy conocido, ya que regentaba un supermercado. Lo más sorprendente de todo es que él era una persona discretísima, nada alborotador y se fue de una forma rápida y a la vista de todos y todas. 

Es muy trágico, pero también de una belleza que me hace temblar: morir bailando junto a tu ser querido; que lo último que veas es a quien decidió compartir su vida contigo. Es un momento “perfect” en toda regla. Os podéis imaginar lo que dio de sí, la familia destrozada y todo el mundo sin otra cosa de que hablar. 

"Las adulteras" y "ligeras" de la comarca respiraron tranquilas y disfrutaron de una larga tregua de tres semanas, lo que suele durar un notición así, más menos.

Segundo relato. Este es más breve, pero no menos impactante y romántico. Un matrimonio de toda la vida, de esos que lo hacían todo juntos. Siempre que me los cruzaba iban de la mano. Cayeron enfermos casi a la vez y, a la hora de morirse, lo hicieron en un margen de 7 horas, más o menos. 

Estas historias me hacen creer que existen las almas gemelas, que cuando la encuentras, ya no te separas de ella.

 No se quién de los dos murió antes, pero estoy seguro de que su alma esperó junto al agónico cuerpo del otro para marcharse  a la otra vida.

 El momento “perfect” sería el reencuentro de las dos almas y que Jennifer Love Hewitt no estuviera cerca. Este tipo de historias dejan un poso de felicidad, le restan importancia a lo que esté ocurriendo ese día. El ejemplo es que en mi pueblo, durante otra una semana y media, "las frescas" pudieron ir al mercado en hora punta sin ser señaladas por las Florensias (hermanas solteronas, cotillas  y con pelo jaula que viven en el callejón que va hacia la iglesia).

Estas son algunas historias que tardarán en olvidarse por su componente dramático y el toque romántico del siglo XIX que tanto gusta. Pero no quisiera olvidar otra historia que no tiene nada que ver con lo antes citado, ya que el tránsito fue más común, pero su sepelio y funeral dio que mucho de qué hablar, tanto que salió hasta en la prensa local. Esto es verídico.

Tercer relato. Una mujer que por problemas de salud estuvo en su casa más tiempo del que hubiera deseado, ya que padecía obesidad mórbida. Su fallecimiento fue en el hospital. Pero la bomba estalló cuando leyeron su testamento. Dejó escrito que  quería ser transportada en carro de caballos y con una banda de música. Ahí es nada. “Perfect” post mórten, pero supermomentazo.

 La banda de música no pasó el filtro de la familia,  pero el coche de caballos tuvo la aprobación. Todo el mundo salió a la calle para ver el espectáculo, parecía el cortejo fúnebre de doña María la Brava (madre del rey saliente). Se hicieron corrillos en todas las salas de espera para tratar de explicar dicha decisión. Estuvieron cerca de un mes hablando sin parar de aquella rocambolesca y respetable decisión. 

Yo lo vi desde el primer momento: una mujer que vivía encerrada quería salir haciendo lo que le diera la gana, sin importarle un pimiento lo que pensaran. ¿Acaso no tenemos derecho a tener nuestra última voluntad? "Las casquivanas" fueron felices más de un mes, no tuvieron que soportar las vueltas de cabeza porque el regio sepelio hizo olvidar sus debilidades placenteras.

Salvo algunos elegidos que puedan viajar a Suiza, nadie es conocedor del momento en que partes a otra dimensión. A veces me vienen a la cabeza preguntas existenciales de cómo afrontaré ese paso, quién irá a mi sepelio y cosas por el estilo.

 De la última cuestión me gustaría visualizar quién está y quién no en el duelo, y haría una lista de afligidos de verdad y de mentira y, por supuesto, de  bien vestidos y de zarrios. No puedo dejar de ser yo ni en la forma etérea.

Todo esto me hace pensar que  tenemos la convicción de dejar algún legado para ser recordados durante el resto de la historia de cualquier modo, o por lo menos intentarlo. Me pregunto si alguien se acordará de mí pasados veinte años de mi muerte. La respuesta es: ni las palomas de Lille (Francia).

Hay una canción de Antony and the Johnsons que tiene uno de los mejores finales. Así deberíamos morir todos, como el final de las canciones bonitas, con el placer de saber que todo ha sido maravilloso. Y que se vaya terminando poco a poco. 




lunes, 24 de noviembre de 2014

Tendencias

Hace tiempo que estoy viviendo en mis propias carnes que los mitos son inciertos; sobre todo, de un tiempo para acá.

Uno de los mitos más comunes es que uno cree que puede ser otra persona, adquirir actitudes y gustos que están de moda y no son para nada tuyos con tal de ser molón. Por poner un ejemplo: viajar solo.

Además de que viajar en solitario no mola nada, ¡es que te aburres como una ostra! Pero de una manera escandalosa. Esto es una opinión subjetiva, que quede claro.

A principios de octubre disfruté de unas merecidas vacaciones y decidí planear una escapada de fin de semana a la capital de España. Me dediqué a planearla por lo menos un mes antes. Organicé todos los días con visitas a museos, zonas de moda, barrios con encanto y restaurantes con cierto aire bohemio chic. En mi mente me veía leyendo la revista ICON en un local del Barrio de las Letras mientras coqueteaba con la mirada con algún arquitecto famoso. Delirios que tiene uno.

Empezaré a relataros mi superfín de semana en Madrid, Madrid, Madrid…

Salimos el 9 de octubre sobre las 11 del mediodía y el viaje empezó con un superatasco en la autovía. Todo bicho viviente en la provincia de Alicante en dicho día se iba a la misma hora al Ikea, C.C Condomina, C.C Thader, etc. Como no soy nada previsor, me tragué una hora de atasco. La compañía de mi preciosa amiga V, que iba a visitar a su novio, hizo que nos riéramos durante la espera. Una de las cosas de las que nos reíamos era que no llevaba gafas porque había decidido ponerme las lentillas. Alguien me había dicho que tenía una mirada preciosa que se ocultaba tras unas gafas enormes de pasta. Reírnos nos reímos, ¡pero yo no cabía en mí de gusto! Así transcurrieron las casi cuatro horas del voyage.

La entrada a Madrid fue en hora punta y con una tormenta tan fuerte que parecía prima hermana del Katrina. El limpiaparabrisas no daba abasto y tenía los brazos rígidos, con lo cual, cambiar de carril era toda una utopía. Crucé todo el Paseo del Prado con treinta y cinco pitadas, la Castellana le siguió con setenta y dos bocinazos acompañados de improperios varios y algún cruce de mangas. Mi elegancia sumada al agarrotamiento hizo que no perdiera la compostura.

Cuando llegué a la casa donde me alojaba, dejó de llover. Bien podría haberlo hecho antes. La casa era un loft preciosísimo, elegantísimo y modernísimo que también hacía a las veces de galería de arte, era de un querido amigo y estaba a tomar viento, aunque  me dijo que el metro acorta distancias.

Esa noche cené en un tailandés con una chica maravillosa. Nos hicimos confidencias y nos contamos historias que nos hicieron reír y emocionarnos. La anécdota de la cena fue una ensalada perfumada de cabello de ángel con langostinos tai que, al probarla, comprobé que estaba perfumada de verdad, ¡sabía a Agua Brava! Así terminó mi primer día. Extenuado y rodeado de arte y belleza, me dormí

Como de costumbre, me desperté supertemprano. Me duché y, bailando, me vestí. Forever More de Moloko fue la canción elegida. Estaba tan feliz. Había dormido en una cama de 180 m con un cuadro precioso enfrente pintado por mi amigo. Todo era perfecto.

Al pulsar el botón para abrir las cortinas, descubrí que estaba lloviendo a cántaros, pero de una forma tan brutal que parecía que estaban tirando cubos y cubos de agua. El tiempo con el que había amanecido Madrid no era el ideal para los botines de ante que me había traído. Solo me había llevado esos botines y sabía que se iban a estropear sí o sí. Y eso fastidia mucho.

Para llegar a la parada de metro tuve que andar veinticinco minutos bajo el diluvio. El paraguas que le había cogido prestado a mon ami tenía tres agujeros por los que se colaba más agua de la que caía en los botines. Inexplicablemente, las lentillas se acartonaban a pesar del aguacero.

 Al llegar, cogí el metro hacia una parada en la que cogí otro convoy para intentar llegar al centro. Esto se resume en cincuenta y cinco minutos sentado en un vagón repleto de personas con unas caras tristísimas y un calor sofocante. No paraba de parpadear para intentar generar lágrimas, ya que las lentillas eran como papel de estraza. Durante esos interminables minutos cogí el móvil, pero no había cobertura; miré a cada uno a ver qué me decían sus rostros, me quité capas de ropa porque el calor aumentaba, miré otra vez el móvil y seguía sin cobertura y yo seguía sudando. Los que iban mi lado empezaban a mirarme mal. Ese fin de semana Madrid estaba en pánico por el ébola. No sabía exactamente dónde tenía que bajarme y decidí preguntarle a una señorita que estaba a mi lado. El soponcio que sufrió al tocarle el hombro para llamar su atención hizo que desistiera. El vagón estaba lleno de personas tristes, con caras largas y sentimiento de indeferencia por quien tenían a su lado. El silencio solo se rompía esporádicamente por el clásico pitido de aviso de los mensajes de WhatsApp,¿Por qué a ellos si tenían cobertura y yo no? 

Cuando salí de la estación de metro vi que seguía lloviendo más si cabe. El agua se colaba a chorros por los agujeros del paraguas. No tenía lucidez mental suficiente para maldecir a mi querido amigo, ya que mis botines de ante, preciosos, estaban empapándose y se transformaban en otro tipo de calzado. Por fin llegué al Museo Arqueológico Nacional. Al cruzar el patio de entrada para entrar al museo, la lluvia cesó de golpe.

El museo es exquisito y muy precioso. No es que vaya de cultureta, pero era muy emocionante ver piezas y obras que databan de muchos años atrás y que había visto en los libros de texto, forrados por mí, de cuando cursaba EGB. Hice un análisis de quién estaba como yo y no vi a nadie solo. Otra vez era yo solo entre muchos grupos. Mi sueño de ligar en un museo no se vería cumplido allí, pero me importaba poco, había mucho que ver. Por ver había una cabeza de grifo encontrada en Redován de muchos años atrás.

Cuando salí, el sol brillaba y hacía ese aire fresco y agradable que siempre deja la lluvia. Pero las lentillas ya eran cartón de embalaje. Me dispuse a buscar un sitio para comer. Sabía de un local situado en el Barrio de las Letras. Llegar hasta allí caminando estaría genial, y a ello me dispuse. Sería elegantísimo dar un paseo e imaginarme que vivía allí.

Antes de pasar por Cibeles, me dio un calambre dolorosísimo en la planta del pie que me obligó a pararme y apoyarme en una farola. Veía que mi sueño de pasear con elegancia por las calles de Madrid se estaba truncando. Como pude, llegué a un banco y allí me quedé sentado durante una hora con el pie en alto. Durante ese tiempo, estuve pensando que preparar el viaje había sido un error. Allí estaba sin poder moverme, sin nadie cerca que me ayudara y con un dolor espantoso en la planta del pie. Estaba solo y me daba mucha tristeza.

¿A quién pretendía engañar con que viajar solo mola? Había estado dos horas viendo muchas obras que me hubiera encantado compartir con alguien. Da gusto pasear solo, pero sabiendo que alguien te espera. A lo mejor mi pie, en su cordura, había decidido que pasaba de ir solo a un restaurante, un museo o donde fuera. A lo mejor me estaba diciendo que viera la realidad, y lo que veía -a pesar de las lentillas- era que estaba solo, muy solo. No me llenaba atiborrar de mensajes de texto a mi agenda de contactos ni llamar compulsivamente a mi ex, ya que nadie estaba a mi lado para poder comentar, cotillear o reírse de lo que veía. En un arranque de desesperación, me abracé a mi pie y miré al cielo exclamando: ¡¡¡Estamos solos, estamos muy solos!!! En ese momento, las lentillas saltaron de mis ojos de una forma brusca, pero no me preocupó lo más mínimo. ¿Acaso me tenía que fijar en algo? No me interesaba nada.

Me puse a darle vueltas a esa afirmación podológica: por qué tenía que hacerme el interesante y actuar como alguien que no soy. Necesito estar acompañado porque solo me aburro como un agaporni viudo. No me da vergüenza admitirlo. Hombre, en un viaje hay momentos para todo, momentos en los que no te apetece ver a nadie. Pero yo soy de los que necesita tener a alguien cerca.

Así que cuando me llamaron unos amigos para cenar esa noche, dejé de intentar ser molón para ser normal y corriente. De esa cena salió un plan para el día siguiente y todo lo negativo se disipó, aun volviendo el dolor de pie, todo fue diferente. Sentirse acompañado es más molón.







viernes, 15 de agosto de 2014

Masquerade

 Mirar a la cara de quien me cruzo es uno de mis hobbies preferidos cuando voy camino del trabajo. Es una vista rápida, ya que sí me pillan me puede ocurrir de todo. Esa vista rápida me sobra para que imaginación trabaje desde ese instante y a velocidad supersónica, la misma que me gustaría que tuvieran mis enzimas gástricas.
Al ver un rostro siempre intento imaginar su vida. Es como crear un guión con su banda sonora y los títulos. Observar la cara, los rictus, incluso un fruncido de cejas es para mí como ojear la introducción de un libro.  La expresión facial suele decir mucho, incluso más que una vida laboral.
  Diría también que tengo un superpoder, es como un don  que al mirar fijamente a los ojos consigo ver a la persona en esencia, no es que sea un  superpoder  al  100% fiable, porque puede acertar y/o fallar a partes iguales. Cuando acierta, acierta con súper pleno y cuando falla, lo hace estrepitosamente. Como todo en mi vida, nada de centros, simplemente extremos.
Aparte de ver la esencia, suelo ver también la máscara a modo de protección que nos colocamos todos y cada uno de nosotros. Que es confeccionada de una forma muy cuidada, personal y con muchísimo esmero, Y todo para protegernos de un ambiente hostil, ya que a veces no tenemos la suficiente fuerza para mostrarnos tal y como somos.

 El libre albedrío que nos otorgó el altísimo ( aun queda algo de grunge católico dentro de mi) es uno de los mejores superpoderes que tenemos. Si la máscara que eliges es escogida por ti, es tan respetable como la decisión de Isabel Segunda al irse de casa de Alberto Isla ( aunque en este caso, Pantoja ha tenido que ver mucho en esto). Pero las que vienen impuestas y colocadas por segundas personas o por situaciones no elegidas son una bomba de relojería con muy poco tiempo para explosionar o implosionar.
Un ejemplo lo puedo dar contando un trozo de la vida de una amiga fantástica y fabulosa, que  con sólo escribir este párrafo me hace emocionarme. Es una de las mejores personas que conozco y que creo que soy uno de los pocos que la conoce más a fondo, la conozco antes de que me confiara muchos de sus secretos. El uso de mi superpoder  hizo que la viera de una forma diferente a como actuaba.
 Fue el primer día de trabajo para los dos, un sitio que nos marcó para el resto de nuestras vidas. Ella y yo conectamos mucho, porque tenemos el mismo sentido del humor y somos rápidos para actuar. Cuando me la presentaron me quede mirándola, un gesto un poco descarado por mi parte, pero es que  necesitaba  ver lo que había dentro de ella, me equivocara o no.

 Al momento  se proyecto en  mi mente una imagen de niña acurrucada en un sillón, durmiendo.  Una imagen frágil y tierna, nada que ver con su forma de hablar y  actuar, su comportamiento era todo decisión y fuerza. Aún con eso la veía frágil y desprotegida.
Estuvimos trabajando cuatro años, donde tuvimos roces, risas, confidencias, lloros, alegrías, tragedias y todo de una forma intensa. Los dos decidimos dejar el trabajo el mismo día,  y a partir de ahí nos separamos de una forma física, pero daba igual, ella y yo estaremos juntos toda la vida, aunque no nos veamos.
Recuerdo una conversación que tuvimos porque iba a dar un paso muy importante en su vida. Quise preguntar sí sentía que tenía que darlo, ella me dijo que debía hacerlo y que era lo correcto. Yo insistí si sentía que tenía que dar ese paso, me zanjó el tema con la misma respuesta y con un : “ Que pesao eres con el tema. Pareces un disco rallao”. Ahí fui consciente de que la máscara que le habían impuesto  pesaba mucho, tanto como el hormigón, y no era elegida por ella. También me di cuenta que me repito mas que el ajo.
A principios de este año, volvimos a reencontrarnos después de casi cinco años sin vernos y me cuenta que le habían detectado un cáncer en estadío 1 y con curación asegurada. Mientras me  relataba todo,  yo solo oía la palabra cáncer una y otra vez. Esta enfermedad odiosa la han padecido seres muy queridos y cada vez que la oigo nombrar me estremezco.
Para acabar esa conversación le dije que se dejará llevar por los sentimientos, que llorara, que estuviera triste, que no se hiciera la fuerte más. Hay que sacar enseñanza de todo y este cáncer tenía mucha. Antes de despedirme la mire a los ojos y mi superpoder me dijo que tenía que abrazarla. Le susurre al oido: “ Nena, haz el favor de oír mas a tu corazón”
Hace tres meses de nuestra conversación y la quimio está siendo un éxito, se ha separado de su marido, lleva turbantes preciosos, ha empezado a hacer mucho deporte, se permite llorar y tiene un abdomen por el que yo daría a cambio mi herencia. A veces se siente vacía y otras plena , pero lo que no hace es ahogar sus sentimientos ni camuflarlos, aún le queda batalla pero sabe que la tiene ganada, lo mejor de todo es que a raíz de lo ocurrido ella es la que toma decisiones y si alguna vez necesita una mascara, será confeccionada por ella.
Ya lo decía mi abuela, después de la tronera llega la calma, una calma llena de matices.



lunes, 30 de junio de 2014

Un alma como la mia.


Que te cambie la vida en menos de dos meses hace que muchas de las cosas que eran prioritarias pasen, por necesidad, a un segundo plano. Escribir, por ejemplo, lo he dejado en un segundo plano; aunque es una de las cosas que me sigue haciendo muy feliz. Junto con pasar la visa, ambos son momentos irrepetibles.

En esta nueva etapa, que comenzó hace un par de meses, mi vida ha girado 180 grados. Cada dos días voy a Pilates; sí, Pilates. Pero ya relataré mi iniciación en esta disciplina en otra de mis entradas. También estoy recibiendo clases de piano. Siempre quise ser ese tipo de persona que toca el piano para calmar los nervios, justamente lo contrario de lo que me ocurre ahora. Me pone tremendamente histérico no saber qué escala estoy tocando, y tener cero coordinación aumenta aún más mi irritabilidad.

En resumen, que estoy cumpliendo sueños cada día que me levanto. Lo único que me falta es salir del estado de apatía que tengo a la hora de entablar contacto en el terreno amoroso. Es pensar en salir a ligar y la pereza, el hastío y la mala suerte que tengo hacen que me deje inundar por el missing. Es la forma más rápida y segura de descolgarme de cualquier plan sin que me pidan explicaciones.

Hace unas semanas, un domingo por la tarde, mi querido amigo E me dijo que o bien me quitaba yo esa desgana que tenía o me la quitaba él a golpetazos y a alguna que otra guantada. Yo le expuse que estaba muy cansado de empezar a conocer gente nueva, que últimamente nada me cuajaba porque o yo no gustaba o no me gustaba lo que veía. Yo estoy receptivo, pero lo que atraigo no es de mi agrado y viceversa. No sé si os pasará a vosotros, pero yo llevo 37 años así y la verdad es que estoy un poco cansado.

Tanta insistencia por su parte consiguió que volviera al mundo virtual, donde todas las pseudorrelaciones son más sencillas, ya que con un solo clic lo tienes todo solucionado, tanto los chateos como los bloqueos.

Al principio, como en todo, la novedad triunfa. Me llovían los mensajes, pero los perfiles que ofrecían no me gustaban. No soy un chico refinado ni un remilgado, pero hay ciertas cosas por las que no paso. Los primeros mensajes eran para encuentros furtivos, rápidos y anónimos; y eso es lo que más pereza me da. Luego están los nombres. Hay algunos que si los nombrara aquí, os dejarían tan helados como a mí. Por poner un ejemplo, nick 1: tiramepeosenlacara. Este me preguntó si lo quería conocer, y mi respuesta fue que si mi foto en la piscina le había transmitido algún problema de aerofagia. Fantasías hay muchas, pero no me veía yo de flatulento en una de ellas.

Pues entre tantos mensajes de personas proponiendo infinidad de cosas, hubo «uno». Dicho mensaje empezó en tono chulesco, pero con mucha gracia. Debo tener mi lado femenino muy desarrollado, porque yo necesito hablar mucho antes de hacer cualquier cosa, incluso quedar a tomar algo. Lo que me gustó de este perfil es que se tomaba su tiempo; chateamos mucho, me picaba, creía que me hacía rabiar, y yo también se lo hacía creer.

Me mandó una foto de su cara y volvió la desilusión. No me gustaba nada, la magia del texto se evaporaba conforme se descargaba. De nuevo recurrí a mi amigo E, que me dio una guantada y me dijo que me dejase de tontadas estilo Sissi Emperatriz y que quedara, que a veces el verlo en persona hace que salte la chispa, que no fuera tan metódico y tan calculador. «Hay que dejarse llevar, Antonio». Así acabó la conversación.

Pasé la noche pensando en sus palabras. Había que dejarse llevar y pocas veces lo había hecho. Siempre me entra un miedo descomunal y una sequedad en la boca que me hace alejarme y decir que no o no decir nada, según la vivencia. Al día siguiente, opté por seguir chateando, aun sintiendo una chispa de infelicidad.

Aquella semana fue divertida y un poco agobiante. Me reclamaba quedar a tomar algo en su casa, pero cada vez que lo leía, esa chispa de infelicidad se multiplicaba por mil y ponía una excusa (aquí es cuando echo en falta un missing como Dios manda). Había algo que me hacia desconfiar, no me sentía cómodo y cada vez que veía su cara me recordaba a una ñusa. Pero las palabras de E hacían que recapacitara.

Providencialmente, en mi Facebook apareció la foto de un amigo que, hasta ese momento, no sabía que teníamos en común. Si antes no me gustó, ahora menos. Me daba igual las palabras de E, pasaba de quedar y crear falsas esperanzas. Pero mi vena cotilla es muy fuerte y me dispuse a ojear su página en dicha red social.

Lo que vi allí reafirmó mi negativa a quedar y pasar página. En la primera foto, su piel parecía brillar como una bombilla. En la siguiente, algo por el estilo. En la tercera, aparecía un hombre mayor en primer plano con mucha gente detrás y justo al lado de dicho señor, un transformista bastante hortera con una peluca al estilo Sophia Petrillo y una intensidad de maquillaje que parecía obra de un operario de tanatorio. Intenté buscar al chico en cuestión entre el gentío, pero no lo veía, y eso que estaba etiquetado.

Al pasar el puntero por la foto, vi que Lady Petrillo… era ÉL. Qué sorpresa más grande. No me había dicho nada de esa faceta. Si ya me gustaba poco, aquello hizo que no me gustara nada. Nada más cerrar la página, llamé a E para contarle lo que me había ocurrido. No pudo ni hablar, estuvo riéndose toda la conversación. Lo único que consiguió decir fue que alguien me había echado mal de ojo. Terminada la frase, siguió con la carcajada.

Yo no me reí nada. No quiero parecer depresivo, pero es un poco frustrante que aún siga como hace 20 años. Todos mis amigos se emparejan y yo asisto a sus bodas, a los bautizos de sus hijos, a las cenas que organizan sus parejas y la infinidad de actos a los que suelen invitar. Acontecimientos a los que siempre voy solo; aun estando con alguien, siempre voy solo, siempre solo. Y me rodea mucha gente maravillosa, pero al final todos tienen su vida, y yo sigo teniendo la mía por hacer.

Si presto atención a lo que me ha ocurrido en dos meses, es evidente que mi vida está cambiando. Debería reírme más, dejarme llevar más si me apetece, tomarme mi no cita con Lady Petrillo con mucho humor, anotar lo del amante de la aerofagia en una libreta para que no se me olvide contárselo a los guapos cuidadores del geriátrico donde ingresaré. E intentar ser feliz, con o sin; simplemente, ser feliz.







viernes, 25 de abril de 2014

El mas allá

Mi amor por las ciencias ocultas es tan tangible como un sobre de sopa Maggi. Ya lo he relatado en varias ocasiones: a mí dame adivinación, espíritus y civilizaciones perdidas e inmediatamente deja de interesarme cualquier cosa que tenga entre las manos (menos la comida).

Voy a hablaros de mis conexiones con el más allá, un tema que me produce repelús y fascinación a partes iguales. Fascinación porque soy creyente y el más allá me interesa mucho; y repelús porque no soportaría ser el niño de El sexto sentido, ver muertos y vivos al mismo tiempo haría que estuviera gritando en cada momento, a todas horas.

Para empezar —mal le pese a algunos que creen que soy la reencarnación de Lucrecia Borgia y Carmen Polo juntitas—, todos los videntes me han dicho que soy un ser de luz pura y positiva. Esto tiene su lado positivo y su lado negativo. El lado positivo es mi empatía con todo el que esté a mi lado y demás virtudes que, dada mi humildad, me da vergüenza enumerar. El lado negativo es más jugoso, más de película de terror americana, de esas de clase C o D.

Mi aura es muy potente, dicen, y atrae a los espíritus con dolor, a los carecen de luz para el tránsito al nirvana, cielo y como se diga en la religión islámica.

Supe de todo esto allá por 1995 (por aquel entonces, cuando iba a la peluquería, pedía que me vaciaran en pelo porque tenía tanto volumen que me agobiaba peinarme —si pudiera, le daba ahora mismo una tremenda bofetada a mi yo del 95—). Por causas que no voy a citar, me tropecé con una vidente que decía que, al verme, vislumbraba tres espíritus a mi alrededor, pero el que tenía pegado y sustrayéndome energía era el de un familiar indirecto que había muerto en un accidente. Por aquel entonces, no encajé bien la información. ¿Qué hacía un familiar que no había conocido quitándome energía? ¿Por qué no iba a fastidiar a sus familiares más directos? Me tranquilizó al decirme que con unos rezos se iría. La vidente desapareció y nunca más supe de ella. Y yo recé... ¡Vamos, si recé! Pero al no tener visión 4D, no sé si dicho familiar estuvo alojado mucho tiempo en mi particular Monte Gurugú.

Hace unos meses la historia se repitió, pero de una forma más trágica y más divertida. Esta dualidad suele ser una constante en mi vida: toda cosa negativa tiene un componente cómico.

En el transcurso de una noche de salida con mis amigos, conocí a un chico al que le gustaba y que me gustaba. Intentar hacerme el estrecho y el digno a mis 37 años recién cumplidos y pretender que tiene que haber un guion peliculero para el primer beso es de risa; así que me dejé llevar.

Creo que no hay nada mejor que los primeros besos, nada como el primer tonteo y las primeras conversaciones. Entre beso y caricia me decía que había algo especial en mí, algo que le atraía de forma mágica. Yo pensaba que era mi grácil figura o mi sex-appeal. Pues no, era mi poderosa aura blanca de energía positiva. Ante eso, muy a mi pesar,  lo abandono todo; todo. Me quedé pegado a él y le pregunté qué veía, si veía mi aura, si veía todo lo que me rodeaba y si estaba ese familiar indirecto pegado a mí. También le dije que estaba harto de ser una mopa del inframundo.

Me dijo que me tranquilizara y que disfrutara de nuestro affaire. Pero, como os he comentado, no era capaz de quedarme impasible y seguir abrazado a alguien que podía cambiar el rumbo de mi vida.

Al final cedió por mi insistencia para que me dijera qué veía. De repente, se quedó mirándome fijamente y se le llenaron los ojos de lágrimas, no articulaba palabra. Ante ese tipo de silencio, mi cabeza se puso a mil, pasaban pensamientos de que me veía en Nueva York firmando libros o cenando con Ana Rosa Quintana en un restaurante chic... Esos si los pensamientos eran positivos, porque si eran negativos, me veía como en El exorcismo de Emilie Rouse o con la Santa Compaña o algún familiar indirecto detrás de mí. ¡Qué fastidio de familiares indirectos! ¡Pegados a mí y quitándome la energía!

Después de dos interminables minutos, salió un quejido de su boca: «tienes a un familiar directo que ha muerto trágicamente y esa misma alma te está haciendo que padezcas melancolía y tristeza».

Enmudecí y un latigazo de electricidad me recorrió todo el cuerpo. Ese mismo día se cumplían unos meses de un suceso que no voy a relatar, ya que es muy doloroso. No sabía qué decir, esta vez no era un familiar indirecto, era relativamente directo, como decía él.

No entendía el porqué de esta nueva simbiosis, no entendía por qué esa alma se pegaba a mí como si yo fuera una bayeta con electricidad estática. Entonces, la tristeza que sentía de forma persistente era ajena a mí. La verdad es que eso, en cierto modo, me tranquilizaba.

Tuve que declinar su ofrecimiento de que siguiéramos nuestro affaire. La cabeza me daba muchas vueltas y al llegar a casa, fui directo a por una benzodiacepina. Lo que tenía que hacer al día siguiente requería que estuviera descanso.

Me lenvaté al alba y tardé en arreglarme 10 minutos. Cogí una rosa y una gerbera del jardín de casa y me fui derecho al cementerio. Me paré delante de donde están enterrados mis abuelos, les recé y seguí hasta donde está enterrado mi familiar directo. Le dejé la rosa y la gerbera. Y empecé a rezar. Cuando terminé de recitar las oraciones, le expuse: «He venido en son de paz, esa que me estabas arrebatando». Ese fue mi comienzo, para seguir diciéndole que tenía un montón de hijos, que fuera a quitarles la energía a ellos, pero que a mí me dejara tranquilo. En vida casi no sabía de él y ahora, después de todo el fastidio, tenerle pegado no era justo, nada justo. Con cada frase me calentaba más y más. Para terminar, le solté un «Déjame en paz» y que si algo me salía mal por su culpa, acudiría a cualquier hechicero o a Jennifer Love Hewitt, protagonista de Entre Fantasmas, que da más miedo que cualquier reina vudú.

Me di la vuelta y vi a dos mujeres enlutadas con la boca abierta. Las miré fijamente y les dije: «¿Quééé?». Ante tal descaro, no me contestaron. Volví a casa y durante ese transcurso de tiempo, recé el Padre Nuestro de antes del concilio y el de después, por no saber su validez exacta.


A lo largo de los últimos meses, parte de la melancolía se ha disipado. Mi vida se está encauzando poco a poco. Después de año horribilis, la sensación de que empieza a sonreírme es cada vez más fuerte. Pero también os digo que cada vez que me acuerdo del familiar directo, rezo un Padre Nuestro. Al hacerlo, inexplicablemente, me siento tranquilo y en cierto modo feliz.








jueves, 13 de marzo de 2014

¿Todo por amor?

¿Qué ocurre en nuestra cabeza para que cambiemos de vida, costumbres o estilo de un día para otro? ¿Qué mecanismo se activa? ¿Por qué? ¿Cuál de las dos vidas es la que se siente dentro, la primera o la segunda? ¿Por qué es tan diferente la una de la otra?

Todas estas preguntas y demás filosofías me asaltan desde hace una semana, cuando ocurrió un hecho de importancia cósmica. Para relataros dicho acontecimiento, os tengo que contar el antes del suceso, que ya de por sí es una historia.

Allá por 2010 regentaba una tienda de productos de segunda mano que estaba ubicada en una calle muy segunda mano. Al poco de abrir la tienda, una mujer cubana de unos 45 años se mudó a dicha calle. Era guapa, de cuerpo ajado y rotundo, un poco amorfa. Vestía como una mujer que está llena de amor, de ese amor por el que se factura por horas. Bueno, vestía de lo que era, una mujer amorosa.

Verla ir a trabajar —por decir algo— era muy exótico, ya que actuaba como si viviera en La Habana, y eso era de agradecer después de estar todo el día quitando polvo y demás inmundicias en aquella tienda. Cada día llevaba una peluca diferente. Un día el pelo largo y negro como Morticia Adams, otro día una peluca tipo Dolly Parton para aparecer después de un tiempo con una peluca a lo Veronica Lake. Las pelucas eran de calidad Made in PRC. Un espectáculo. 

A la hora de vestir era pura sensualidad y garruleo típico de aquí. Sus corpiños ocho-tallas-menos con microfaldas a las diez y veinticinco de la mañana te espabilaban más que un café bien cargado. Los vestidos ínfimos y los vaqueros ultrapitillo eran su fondo de armario. Vestir esa ropa con el tronco ancho y las piernas finas como agujas de reloj es digno de un Nobel.

Me propuse saber más de ella; tenía que conocerla.

Tardó poco en entrar y menos en que yo le sacara información. También os digo que yo no quería saber detalles, pero que me contara su día a día era muy divertido. Actuaba inteligentemente, ya que sociabilizaba con toda la calle, compraba en todos los comercios de la zona y era muy simpática, a veces demasiado. Creo que fue una forma de hacerse respetar, ya que es muy de aquí la frase: será muy puta, pero a mí me compra. Lo dicho, inteligente.

Hace un año que dejé dicha tienda y hace un año que no he visto a la cubana Love for moments.

La semana pasada estaba con mi amiga Delfina en el súper de Juan Roig, haciendo cola. Como no puedo estarme quieto ni un segundo, después de ordenar toda la compra en la cinta de la caja, me pongo a mirar hacia atrás para ver qué tipo de gente hay comprando a esa hora. Veo que se acercan dos árabes, hombre y mujer, y un viejo ñusa. Al viejo ñusa lo conocía, siempre iba con la cubana a todas las tiendas donde entraba; ella elegía y él pagaba. Es de sobra conocida la afición que tienen ciertas damas a tener un chulo y un abuelo a quien desplumar.

¿Qué haría ese pobre hombre con esa pareja de árabes?

El árabe vestía muy occidental, pero ella iba tapada de pies a cabeza. Ese detalle hizo que la observara más: llevaba una túnica de tejido muy grueso que le arrastraba por el suelo, pocos elementos decorativos y tenía el vientre muy flácido, ya que se le movía mucho al andar. Sorprendía mucho que no se le viera ni un centímetro de piel. Y cuando dirijo la mirada a su cara… ¡OSTRAS! ¡Es la cubana!

Habéis leído bien, la cubana de alegre vida, corpiños imposibles y plataformas que la elevaban al Olimpo Second Hand.

Tuvimos una conversación corta pero intensa que os voy a detallar estilo guión teatro.

Yo: ¿Gladis? ¿Eres tú?

Gladis: ¡Niñooo! ¡Cuánto tiempo sin verte! Bueno, ahora es que no salgo de mi casa.

Yo: No te he conocido…

Gladis: Es que he cambiado un poco, jaja… (Al tercer «ja», el árabe la mira y se corta la conversación.)

Puede haber muchas interpretaciones de este encuentro. De hecho, yo tengo una, pero la realidad es que su vida ha girado ciento ochenta grados: de ser una mujer desinhibida, sin miedo al ridículo y enfajada hasta la extenuación, a ir tapada hasta los pies mostrando solo la cara lavada.

¿Ha cambiado por amor? ¿Por amor dejas de ser lo que fuiste 50 años atrás? ¿El amor provoca tantos estragos? Puede que no sea amor y solo sea miedo a estar sola. Ya lo decía Cecilia Roth caracterizada de Manuela en la genial "Todo sobre mi madre": las mujeres hacen cualquier cosa para no sentirse solas. 

Yo creo que todos hacemos cualquier cosa para no sentirnos solos. Yo últimamente escribo.











martes, 4 de febrero de 2014

No es otro RANKING

Es de sobra conocida la fobia que crea la palabra encasillar a ciertas personas. Es oír una etiqueta sobre algo y sacan las uñas para recriminarte que no poseemos ningún derecho a crear una sentencia sobre esa cosa o persona.

 Como si decir que un suéter es azul sea enjuiciar dicho suéter. Es azul, pero puede ser precioso, feo, de buena calidad o trapero (como los de Shana). Yo lo veo azul, lo demás no lo opino yo.

Siempre me ha gustado ponerles un mote a todos los que me rodean, porque así me resulta más fácil recordar los nombres de pila con sus apellidos, que a veces son muy repetitivos.

Por poner un ejemplo, tengo una amiga que tiene un nombre muy común; es precioso, pero común a más no poder. Nada más conocerla, le hice un análisis tipo escáner del aeropuerto JFK y me vino a la cabeza Flor. Y para es mí es Flor. Los motivos por los que le puse el nombre son privados, pero he de decir que casi se ha convertido en su nombre de pila.

Siguiendo el hilo de lo que os acabo de comentar, me veo en la obligación de contaros cómo llegó a mí un baremo secreto y antiquísimo que poseo ya casi diez años.

 Dicho baremo tenía el poder de definir a los gais allá por los 90, superdécada lejana donde se atisbaba ya lo que sería el universo «Bandera arcoíris».Se encontraba celosamente guardado en la capital de Albacete, donde lo custodiaba mi querido J.C. —debo mantener su anonimato—, y me fue transmitido una Navidad. Por aquel entonces yo estaba con un amigo suyo y mi querido J.C. es lo único que conservo con alegría y amor, ya que los demás recuerdos son confusos y están impregnados de Primperan.

Después de tantos rankings de alfombras rojas, tests de la revista Super Pop y estampidas de los colaboradores de Sálvame y demás boberías, os describiré dicho texto antiguo y revelador. Os aseguro que después de leerlo, nada será igual.

Os evitaré la introducción, porque es larga y como deja de ser un secreto, pues me la salto.

El universo gay se divide en 6 tipos: desde el más rudo hasta el más blando. A continuación os lo detallo.

Oso: gay peludo, gordito, con una indumentaria muy de la parte alta de Wisconsin. La camisa de cuadros, las botas y la barba son señas de identidad muy marcadas, pero actualmente, esta imagen está muy desvirtuada, ya que me he encontrado a muchos con esta estética que son tan amanerados como «la colza» (travesti maligna que nunca muere). Se trata solo de una guía orientativa, los osos ya no son como antaño.

Burraquito: garrulo, hortera, sin ningún tipo de feminidad. Este tipo engaña mucho en nuestro ambiente, ya que en ciertos locales que el susodicho frecuenta, despista y crea confusión. No se sabe si viene a ligar o es que se ha equivocado de lugar de copas, pero al sonar alguna canción de Lady Gaga o RiRi, se pone a bailar como un descosío. A mí me produce mucha curiosidad porque en el pueblo donde vive suele ser una cosa y fuera de su pueblo, otra; y con una normalidad pasmosa.

Muchachito: este es el que más me gusta. Como su nombre indica, es un chico normal. Posee esa normalidad de la que te enamoras locamente. Puede ir de montañero, de pijo (estos son mi predilección), de clásico, de grunge, de rockero… Tener un novio así es lo mejor que te puede pasar, pega con todo. Yo, mal que le pese a muchos, tengo este estilo. Aunque cuando era delgado fui….

Domadora de ponis: esta definición es muy rocambolesca. Nunca supe el porqué del nombre; la definición, sí. Es una variante del muchachito pero con un toque lycra y/o moderno. La domadora de ponis tiene que saber estar y sabe cuándo colocarse la camiseta de escote. Va al trabajo hecha un muchachito pero cuando se desmelena, el pitillo con las zapatillas blancas son más suyos que el carísimo pendiente de Lola flores. Yo fui, hace mucho, domadora de ponis.

Gacela: este tipo solo se da en la juventud. Se trata de esa clase de marica con pluma, liendres y ego para dar y vender. Suelen ser arrogantes y modernas (esta definición es pura ironía). Siguen a rajatabla las propuestas de cadenas de ropa low cost y cargan con un bolso enorme para llevar únicamente las llaves, el teléfono móvil y la cartera (junto con alguna papelina). Huyo de ellos, ya que suelen hacer de su vida un espectáculo cabaretero de relleno entre dos actuaciones.

Ñusa: este apartado es muy jugoso, ya que debido a la creciente moda de la metrosexualidad —más conocida como amariconear machos—, se ha dispersado cual virus de Internet por toda la población. Hay muchas versiones y también cierta confusión a la hora de definirlos, pero yo dispongo de la verdad contada de primera mano. Una ñusa es una gacela vieja, así sin más. Se siguen comportando del mismo modo pero con más edad y diferente cuerpo. Se resisten a envejecer, se afeitan todo el cuerpo, lo que antes era músculo y piel turgente ahora es hebra y piel quemada por las interminables horas de pie plantón en cualquier playa gay que se precie. Podría extenderme más, pero mi conciencia me dice que cierre el pico.

Travesti: es el último tipo y poco puedo aportar; todos sabemos qué es un travesti.

Os tengo que decir que este listado ha crecido y creo que se ha duplicado, pero se podrían clasificar como subespecies nacidas de las anteriormente citadas. Entre la domadora y la gacela podría enumerar por lo menos 15 y entre la ñusa y el travesti, 35. Pero como os decía antes, en la cadena evolutiva de las clases de maricas, esto sería como el manual darwiniano.


Podéis llamarme malo, recriminarme que no paro de criticarlo todo. Y no os falta razón: de un tiempo a esta parte, así es como me divierto.










lunes, 13 de enero de 2014

YO, UNA Y OTRA VEZ.

Hace tiempo que me interesa la religión Budista. No porque quiera convertirme, sino por el tema de la reencarnación. Me fascina pensar que podemos ser cualquier cosa en esta tierra; que podemos ir creciendo con cada vida que pasa. Y si no aprendes nada, pues vuelta a empezar. Es muy interesante.
Intento hacer una retrospectiva de mi yo antes de nacer.
Me cuesta imaginarme siendo un animal, dado mi discernimiento y mi pereza galopante. Verme como un antílope sabanero resulta rarísimo: seguro que me comen nada más nacer e intuyo que se repetiría como unas 50 veces (no se me da nada bien correr). Cuando pienso en la vida de este grácil animal, alcanzo un grado de angustia y estrés típico de un psicótico sin Lorazepam. Todo el día corriendo de acá para allá y bebiendo agua con los ojos de par en par porque las leonas están esperando que bajes la guardia para abalanzarse sobre ti (un gesto muy hijoputesco por su parte; podrían tener un poco de consideración). Creo que si alguna vez he sido antílope sabanero, he tenido que ser de esos que se plantan en medio del pastizal y gritan: ¡comedme ya de una vez, cansinos!
Otro animal que me viene a la cabeza es el gusano de seda, no sé por qué. Quizá sea porque pasarse el día zampando hojas y engordar es un reflejo de mi situación actual: como mucho verde (con mogollón de salsas) y engordo. Sería una vida muy aburrida, pero algo aprendería. 
Creo que hay animales en los que no me he reencarnado. La cucaracha es uno de ellos. Me dan tanto asco que si alguna vez abro los ojos y veo tengo ese par de antenas a ambos lados de la cara, me voy corriendo delante del Cucal a suicidarme. No soporto a ese bichejo, consigue que Paco Clavel sea Steven Seagal a mi lado. Asqueroso.
Pero no todas van a ser animales. He consultado varias páginas de Internet donde hacen referencia a tus vidas pasadas. Recuerdo unas que me sorprendieron mucho: un campesino medieval con familia numerosa. ¿Será por eso que cada vez que voy a un restaurante observo si hay carricoches para decidir si entro o no? Otra de mis vidas fue la de una princesa egipcia. No sé qué clase de mujer sería, pero si tengo en cuenta el tipo de vida que llevo ahora, Santa Margarita María de Alacoque no era.
En esta vida estoy aprendiendo que la felicidad no depende de lo material; algo que creo que a mi yo egipcia no le dio la gana de aprender. El silencio es un bien a proteger; mi pobre yo campesino medieval no pudo experimentarlo. Aun queriendolo, correr no es lo mío; ya me harté siendo antílope. 

De los gusanos de la seda conservo el digerir todo lo que me entra por la boca y sacar partido de mi redonda figura; es el único gusano que cuando sale de la crisálida convertido en mariposa, la susodicha es más gorda  que  la hambruna oruga y va digna. De las cucarachas….Puaj. 

Veo que he aprendido mucho, ¿será esta mi última vida? ¿Estaré a un paso del Nirvana?


Creo que no. Hasta que no aprenda el lenguaje de signos no podré alcanzarlo.