martes, 8 de octubre de 2013

Situaciones

Hace un largo tiempo que no me encuentro al 100% de mis facultades. Estoy en una situación laboral intermitente, parece que el verano no se quiere ir, tengo una relación sentimental indefinida, Belén Esteban está engordando. Estas y muchas cosas más hacen que esté, por primera vez, disperso.

Es una situación bastante extraña, ya que siempre intento escuchar a quien me habla, realizar mis labores centrándome en ellas, vivir en el momento y dejar los sueños para la noche, después de mi sesión de reiki.

Digo que es extraña porque cuando me hablan, mi mente se va por otros derroteros. El otro día estaba en una conversación sobre el cambio climático —muy interesante—, pero la imagen que me venía a la cabeza era la aparición triunfal de Belén Esteban. Qué tendría que ver eso con Alicia. O en una cena donde se cotilleaba sobre una pareja que se había divorciado porque ella es lesbiana —vamos, un cotilleo divertidísimo—, dentro de mi cráneo sonaba el opus 131 de Beethoven y me veía caminando por Nueva York del brazo de… En fin, que no me centro.

Intento estar pendiente de todo lo que hago, del trabajo que me ofrece mi querida Victoria, pero empiezo a colgar fotos y cuando me doy cuenta, estoy limándome las uñas porque me parecen de drag queen. He de decir que me doy cuenta porque Victoria me da un collejón. 

Hace unas semanas buceé por la red para dar con alguna respuesta a tal suceso anómalo. Al ver Alzheimer prematuro desconecté el PC. No creo que porque lleve una temporada un poco olvidadizo tenga que diagnosticarme una terrible enfermedad, así que hablé con Ana para que me dijera que lo que tengo son tontadas. Esta última visión me gusta más.

Me he dado cuenta de que tengo muchas preocupaciones que me saturan. No tener una estabilidad laboral, la no aparición de Belén (sí, ¿pasa algo?), estar en un limbo sentimental, mi familia con sus achaques, intentar hacerme a la idea de que no estoy gordo, que solo son tres tallas más y demás cosas que pululan por mi cabeza hacen que no tenga un discernir claro como antaño.

Sin embargo, creo que este ofuscamiento y espesura, propios de un grunge fumado, tienen sus días contados, ya que he dado con la cura: hacer lo que me gusta, aunque todavía no lo tengo muy claro.

Pero voy por el camino correcto. Asistí a una conferencia de moda y todo sobre lo que hablaron quedó registrado en mi disco duro, disfruté escuchando la ponencia en la que relataban y argumentaban que la moda era arte. Al ver que había pasado tres horas atendiendo y disfrutando de la charla, descubrí que no había estado pensando en cómo se había tomado la Pantoja que su nieto viviera ahora en Éibar o que a la chica que tenía justo delante se le marcaran las lorzas sobaqueras en el infumable palabra de honor. No me importaba nada porque estaba pendiente de la ponencia. 


Que rollo espesura transitoria.







martes, 1 de octubre de 2013

Música para mis oídos

El hecho de oír repetidas veces una canción, aparte de someter a una tortura a quien esté a mi lado, hace que distinga matices y acordes que no había percibido antes.

Este verano estoy descubriendo mucha música, pero vuelven a mí canciones que creía olvidadas. Volver a escucharlas hace que me emocione y que preste más atención para ver de qué manera me sorprenden.

La aplicación de dicha teoría en el universo «sentimientos» sería ideal: la canción que dejas de escuchar en dicho mundo es porque te horroriza y/o porque no quiere que la escuches, con lo que si vuelves a oírla, cometes un error. Si te horripilaba de por sí el single, el matiz que descubres es que huele mal —por decir algo— y si te encantaba el hit, puedes dejarte llevar por una melancolía ponzoñosa con peligroso callejón sin salida incluido.

En el universo que suelo vivir, donde mezclo energía positiva, cotilleo agresivo, ayuda desinteresada y algún que otro tema, suelo identificar piezas, opus, arias y canciones en general con la gente que significa mucho para mí. Por poner un ejemplo, Adagietto de Mahler sería para una persona especial que llevo siempre conmigo; que como la obra, no sabes cuándo empieza, pero los instrumentos van sumándose y el volumen crece de forma ascendente y, con una melodiosa trama, el símil es que apareció un día sin darme cuenta y ahora es mi mayor tesoro. El Adagietto puede parecer triste, pero los matices que aprecio son preciosistas y bellos.



Como dirían en los 40 Principales: sería imposible vivir sin música.