viernes, 2 de noviembre de 2012

MOSTRAR



¿En qué medida somos responsables de la imagen que proyectamos?

La respuesta sería muy variable en función de quién fuese cuestionado, pero todos coincidiríamos en que somos potencialmente responsables de todo lo que proyectamos, aunque nos duela un poquito al afírmalo.

La comparación para intentar responder a la pregunta la haría con una tienda y su escaparate. El escaparate es lo que hace atractiva o desastrosa a una tienda. Por ejemplo, el escaparate que me representaría en el caso de que me presentasen a Clive Owen, sería el de Louis Vuitton. Pero si me presentan a Donatella versase, el escaparate sería de una tienda de fitosanitarios.

Cuando conocí a uno de mis mejores amigos, su impresión sobre mi fue la misma que ver una tienda de alta costura ubicada en una vía pecuaria de un pueblo turolense. Vamos,  que era un frívolo de pedanías. Pero le hizo detenerse un poco, porque al mirar el escaparate vio al fondo un sastre riéndose de sí mismo, tomando una achicoria con anís y con serriche (planta horrible de la familia de las gramíneas) en los calcetines. Solo por ver eso entró. Y entró para quedarse.
Alabo el gesto infinitamente más al  reconocer que yo no suelo tener esa paciencia ni suelo ser nada condescendiente al ver escaparates nefastos, si me paro, es para mirar mi reflejo, autoafirmarme conmigo mismo y seguir camino.



Hace algún tiempo me brindaron unos amigos queridos una cita a ciegas encubierta. Accedí por que  encubierta era que  quedábamos 10 personas con el susodicho. Mis queridos amigos me conocen y saben de mis reacciones tanto para bien como para mal.

El lugar fue una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme. Nos quedábamos a pernoctar los 10 en su casa. Ese hecho me ponía nervioso ya que sentía la presión de quedar bien, por ser tan hospitalario con todos, pero había dentro de mí una sensación de descontento que crecía a medida que íbamos llegando a su casa. Entonces ocurrió lo que no creía mis amigos que ocurriría, pero que yo sabía hacía tiempo que pasaría. Al ver su escaparate me dieron ganas de irme a mi casa. Pero había que ser correcto y comportarse. Nunca he podido esconder lo que siento,  siento que mi cara es expresiva y aquí,  me la jugó de nuevo. Para ser más exacto fui muy desconsiderado, ya que todo lo que me salía por la boca eran afirmaciones como: “que mogollón de calor hace en esta vivienda de protección oficial”, “ ¿Tienes algo que no esté caducado?” y 
“ Aquí huele a cadáver”.
 
No hace falta explicar qué tipo de escaparate mostré a la cita (desastrosa) a ciegas, pero Os lo digo yo:
”Cerrado hasta el 2065”.













5 comentarios:

  1. genial estansito mío, como siempre. deduzco que esa ciudad estaba en Turquía ¿no? jajaja, tú eres mucho más que esos prepotentes de diseño barato, y compras baratas por internet, de ese falso glamour de teletienda y conversaciones besuguianas. sigue escribiendo Antoñico, es un deleite leerte, besicos

    ResponderEliminar
  2. Entonces, ¿las apariencias NO engañan?...
    Besicos

    ResponderEliminar
  3. ¡Qué a gustito me voy a la cama!
    Buenas noches y gracias

    ResponderEliminar
  4. Bueno, yo no me quedé en qué no tenías NSR...

    ResponderEliminar
  5. No me gusta eso de juzgar a la gente por las apariencias, ya que la primera opinión que se han llevado de mi algunos de mis mejores amigos no me ha gustado nada...me gusta pensar que todo el mundo tiene algo si te detienes a descubrirlo...DENTRO DE TI HAY UNA ESTRELLA, SI TU QUIERES, BRILLARÁAAAAAAAAAAAAAAAAA

    ResponderEliminar