Desde que nací soy
supersticioso. Me creo todo lo que se publica de todos, todas las predicciones
del fin del mundo y el tarót son clave en mi día a día Soy puntilloso hasta la enfermedad con
las situaciones cotidianas que dan mala o buena suerte. En el iPhone las apps de predicciones se mezclan con las de The Sartorialist.
Os voy a contar mi particular forma de ver el fin del mundo,
acaecido la semana pasada, durante la
madrugada del jueves al viernes. Antes de acostarme pensé que no quería morir.
No quería irme a otro plano astral si no había conocido aun el amor reciproco,
no había encontrado mi sitio en el que quedarme para no irme más y, también,
empezaba a adelgazar, no quería morir si
poder ponerme mis pantalones de la 40. Con semejante berenjena me dormí, pero
antes me fui a mi cajita de los deseos para tomarme un miolastan( hecho del que
no hay que enorgullecerse pero me induce a un sueño reparador). A las 3 de la
mañana me desperté con un sobresalto al ver luces naranjas intermitentes entrar
a mi habitación. Intenté gritar para
llamar a mis padres (soy del grupo treinta y pocos que aun viven con sus
padres) pero la voz no me salía. Había llegado el fin del mundo y, por mucho
que no quiera, el fin de mi existencia. En esos instantes me acorde de todo lo
que me falta por vivir. No podía ser así mi final, en una cama de 160Cm mas solo que la una. La
cordura se instauro al percibir que las luces estaban fijas y no eran
acompañadas de ningún estruendo, ese hecho me hizo levantarme y asomarme a la
ventana para ver el camión de la basura. Esa noche habían quedado para tomarse
un refrigerio toda la flota de Urbaser en el pub Mejoss( este ecléctico local
es la versión bar de Wisconsin con camareras del este que hay en una pedanía de
3000 habitantes dispersa)
El viernes por todo el día estuve mirando al cielo y revisando todas las noticias mundiales. Las
17:00 h fue el tope, me di cuenta que el mundo no se acababa y me la habían metido
otra vez.
Sábado por la noche fui invitado a una cena con un grupo heterogéneo
y muy divertido. Al llegar a mi armario para elegir cuan seria mi look decidí
apostar por el vintage, ya que yo adelgazaba, lentamente pero adelgazaba. La elección
fue una camisa blanca, un cárdigan granate (el nuevo negro según Vogue) una
pajarita, un blazer de lana y, la estrella, unos jean estrechos de 2006
firmados por sixtie. Estos Jeans fueron espectaculares cuando me los compre y
hace 4 años que están colgados espectacularmente en mi armario Pre-cáritas. Cuando
acabe de vestirme solo podía expresar una frase acompañada de lágrimas: ¡¡¡Me entran!!! Me están
ceñiditos pero me entran al fin al cabo. Entonces mi mente supersticiosa empezó
a elucubrar que algo bueno me ocurriría. Ese hecho no podía pasar desapercibido
en el universo, algo tan bueno como que te entren unos pantalones de la 42 daría
paso a cosas muy buenas, tanto como ligar y cosas del estilo.
Al llegar al restaurante, vestido como un pincel, me di
cuenta que me miraban demasiado, si digo demasiado es mucho más de lo normal.
Cuando entramos al reservado donde teníamos mesa vi que teníamos al lado a un grupo de garrulos
del pueblo donde pernocto. Eran 20 y se pasaron toda la cena diciendo: “EEEEEEEEEEHHHHH”,
fumando y gastando unas bromas sobre como ligarse a tias que pensé que nunca más las oiría. La pajarita cayó
al suelo, bueno me la quite yo, e
intente pasar lo mas desapercibido posible. Bebí tres copas de un vino, muy
bueno pero de presentación nefasta, que no consiguió que me desinhibiera, me
produjo un sueño mortal.
La noche acabo pronto. Ocurrieron cosas bonitas, no ligue
con nadie, me reí mucho y la vergüenza ajena de ver 20 garrulos sin sus mujeres hacer
bromas de pésimo gusto aderezó mi noche de los vaqueros ceñidos
Aunque me entraban
los pantalones (aun se me saltan las lagrimas al pronunciarlo) me sentí otra
vez que mi superstición me la metía doblada.